Revista La Maza N° 79. Edición especial



EDITORIAL 

A 20 años de la mayor gesta  insurreccional de los últimos 50 años resulta difícil de comprender la actual situación política de nuestro país. La “entronización” de Javier Milei tuvo  el mérito de poner de  manifiesto el profundo cambio político (económico, social  y cultural) que se ha producido en la sociedad. Si uno pudiera retroceder 24 años y situarse en la Argentina del post 20 de Diciembre hallaría una sociedad opuesta casi por el vértice con la actual. De fábricas recuperadas gozando del apoyo popular y estatal, de asambleas en parques y plazas debatiendo desde el asalto a los cielos a los problemas barriales más triviales o una escena de cotidianos reclamos que ni siquiera el asesinato de Kosteki y Santillan pudo frenar. De una sociedad solidaria que arropaba a los miles de personas en “situación de calle”,  alimentaba  hambrientos en ollas populares mientras proclamaba  el “que  se vayan todos” o “piquete y cacerola la lucha es una sola” hemos pasado, en veinte años de gobiernos progresistas y kirchneristas –salvo el interregno macrista- a una sociedad que entrono lo diametralmente opuesto a aquellas banderas  de hace tan sólo dos décadas.

El gobierno de Milei, y esto es mucho decir, supera al de A.F. en la categoría “peor gobierno”  no ya de la democracia recuperada sino de la historia reciente. Es que en solo 8 meses Milei ha llevado el reloj de la historia más de medio siglo hacia atrás.

La negación de la historia política del país, los elogios a la  dictadura criminal, su servilismo ante el decadente poder mundial (anglo-sajón-judío), la entrega de Malvinas, el genocidio de casi seis millones de argentinos jubilados, y los negociados con los grandes grupos yanquis y nacionales, la entrega del patrimonio público, el apoyo incondicional al estado genocida de Israel (en un país donde más de tres millones de argentinos son de ascendencia árabe y se hallan plenamente integrados, mientras solo son judíos 200.000, la mayoría supeditados a Israel y sus intereses); la destrucción de derechos sociales, sindicales y de genero consagrados en leyes históricas,  el desprecio hacia los humildes y sus padecimientos y el servilismo a las castas de privilegiados  constituyen  los rasgos más salientes del proyecto reaccionario en curso. Un gobierno sostenido por los poderosos, (aun los que lo miran con desconfianza y desdén), con la complicidad de gobernadores peronistas, caciques sindicales,  la decadente  UCR y los restos del macrismo, con una ínfima representación parlamentaria, sin un solo gobernador  propio y casi sin intendentes logró avanzar  en 8 meses, con una agenda reaccionaria y entreguista lo que no pudo hacer Macri en cuatro años.

Pudo hacerlo aupado en un voto popular hastiado del progresismo kirchnerista, especialmente en su etapa de decadencia conducido por el impresentable Alberto Fernández, el candidato de CFK. Su record de desastres, empezando por la ruinosa cuarentena dictada por sus amigos, los dueños del covid, la más prolongada y ruinosa del mundo pero violada en las festicholas de Olivos; una política económica de entrega y hambre y un alineamiento internacional disciplinado con EE.UU., G.B. e Israel  culmina en el escandalo conyugal de golpes, infidelidades y adicciones. Pero reducir a A.F. la responsabilidad de la derrota implica olvidarse del fracaso de todo lo prometido por los gobiernos progresistas, reducido a verso, mas verso y más verso, mientras destruía la esperanza de cambio de toda una generación. El kirchnerismo pasó de ser un instrumento de ese cambio añorado y prometido a ser parte del problema, un partido más del régimen, aferrado al poder y la caja y sostenido por los mismos a  los que prometió combatir y por una menguante legión de fieles agrupados en privilegiados puestos estatales.  No hace falta haber estudiado sociología para entender la mudanza de esa generación defraudada desde el Patio de las Palmeras hacia la motosierra del payaso fascista. Por eso, responsabilizar solo a A.F. es ocultar la profundidad del fracaso kirchnerista.

Se nos dirá que no es un caso local sino que se trata de un proceso mundial, de giro a la derecha  ante la colonización de las democracias  burguesas por parte de los grandes monopolios. Y, en parte, eso es verdad. Pero solo en parte, porque lo que sucede en el mundo más que un profundo giro a la derecha es el rechazo popular a las democracias burguesas transformadas en terreno de su dominación y a los progresismos reformistas, sus operadores a sueldo. Por eso no sorprende que distritos populares que siempre votaron izquierda voten, ahora, al populismo nacionalista de derechas, tal como sucede en Francia e Italia. El ciclo de los reformistas, de los progres, de los kirchneristas, de la mentira permanente y la promesa perpetua  es lo que está siendo repudiado por los pueblos.

                               TODO LO QUE SUBE, BAJA

Por eso decimos que no se trata de un voto “carta en blanco” para la derecha, tal como lo está verificando Milei, con protestas cotidianas en todo el territorio, una caída vertiginosa en todas las encuestas y una profunda crisis de su espacio que hace tambalear a un gobierno débil. Tal es la debilidad del gobierno que hasta los patéticos radicales se le animan y le voltean leyes y que debió suspender un “acto súper  masivo” en el GBA por el temor a un repudio general anticipado en todas las encuestas. Las mismas  que en mayo lo daban como el político “más popular” ahora atemorizan hasta a los perros del enfermo mental y a su hermanita astrologa. Su imagen positiva viene en picada: desde un 50% en mayo a menos del 40% ahora. Es el incipiente reflejo en la conciencia popular de la hambruna impuesta. Y es una tendencia. La decadencia del experimento  ha comenzado y su estrafalaria “armada brancaleone” se estremece mientras  rencillas internas sacuden el barco, fragmentan sus filas y generan  huidas. Estamos en las vísperas de  grandes luchas y debemos hacernos cargo de lo que nos toca. La tarea que se nos impone es la de reconstruir lazos y espacios que fueron bastardeados por las prebendas y la desilusión, acompañar cuanta lucha se abra paso en una sociedad castigada por el ajuste salvaje, promover la unidad de esas luchas y  exigir a la burocracia sindical   la convocatoria a un paro general activo por tiempo indeterminado. Pero esa exigencia hay que hacerla desde  la calle, desde la lucha, desde la barricada, desde el único sitio en el que seremos escuchados. Está llegando la hora de dar vuelta la tortilla.

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