lunes, 31 de julio de 2017

Revista La Maza N° 73


EDITORIAL

Si alguna utilidad pueden tener las elecciones primarias (PASO) que se están realizando mientras cerramos esta edición,  es la de develar cuán profundo es el rechazo social a las políticas económicas instrumentadas por el gobierno de Macri en estos dos años. Después de las confiscaciones al ya menguado poder adquisitivo de la población que significó el brutal tarifazo, después del congelamiento salarial impuesto a los trabajadores –con la complicidad criminal de los burócratas sindicales-, después de la ola de cierres de empresas y despidos y suspensiones, después de una profunda recesión, caída del consumo y represión a trabajadores despedidos y desocupados hambreados...es impensable que el gobierno logre un triunfo electoral. Aún cuando los que se presentan como alternativa, el kirchnerismo y las fracciones peronistas, distan mucho de ser una verdadera alternativa.
Solo una camarilla de empresarios, alcahuetes y consultores a sueldo, podía imaginar que los comicios se iban a librar en base a una antinomia “Macri vs CFK”, “el pasado nefasto y el futuro venturoso”, “la vieja política corrupta y una nueva manera de hacer política”, tal como ellos presumían, sin tener en cuenta que, pasados dos años de gobierno, lo que se está plebiscitando es una política económica que ha arrojado a la miseria a la mayoría de los hogares humildes. Un país en el que se ha profundizado la desigualdad social de la época kirchnerista, donde  la mitad de los pibes es pobre, donde la desocupación y el hambre golpean a la puerta de los humildes como nunca en décadas, es un país que vota, inevitablemente, con el bolsillo.
El combate electoral parece circunscripto a  la provincia de Bs. As., donde se enfrentan, en los hechos, la “esperanza blanca” del macrismo y el  régimen, Maria E. Vidal, y  quien presume ser la “nueva abanderada de los humildes”, olvidando que fue la defensora del gran capital y de los corruptos. Pero ni siquiera la feroz campaña contra Julio de Vido, para distraer a los votantes del verdadero significado de estas elecciones, está dando resultados. Como siempre sucede, las campañas del miedo terminan estrellándose con realidades temerarias. Así es como las encuestas y pronósticos oficialistas han ido creciendo en escepticismo y  ahora se conforman con una derrota honrosa. Billetera –pobre y raída-  mata discurso cheto.

“CON LA BARRIGA VACÍA, NINGUNO MUESTRA ALEGRÍA…”(*) 

Por supuesto que un triunfo de CFK no significará buenaventura para los humildes, dado que el programa económico en curso más que de Macri y Dujovne, es el programa del conjunto del régimen capitalista vernáculo en estos tiempos de vacas flacas. Difícilmente el propio candidato de CFK, Daniel Scioli, hubiese podido elegir otro rumbo, aunque sí, con seguridad, lo haría con otra “sensibilidad”, y con ritmos más acordes a la frágil situación social que diez años de “magia” kirchnerista  legaron. Quien descrea de esa posibilidad deberían explicar las razones de la ausencia de los movimientos kirchneristas de las grandes luchas libradas  por el pueblo en esos dos  años. O
encontrar alguna explicación a la complicidad de gran parte del peronismo, gobernadores, senadores y dirigentes sindicales, con el plan hambreador. Ni en Pepsico, ni en los conflictos de la UOCRA en Zarate, ni en las luchas de los choferes de Córdoba, Cresta Roja, Carboclor o cualquier otra pelea  importante se vio bandera alguna de los seguidores de CFK o del PJ. Eso sí, como buenos fariseos, se rasgan las vestiduras ante las consecuencias del ajuste en curso, pero se cuidan de proponer las únicas soluciones de fondo ante la crisis del empleo,  tales como la inmediata expropiación de toda empresa que cierre o despida o el repudio a la creciente deuda externa. La estrategia electoral de CFK, sin propuestas y sin programa alternativo al feroz ajuste, se limita a criticar al gobierno en nombre del terrible costo social de sus medidas. Pero no hay en su discurso ninguna medida concreta, ningún plan económico alternativo, nada que pueda alterar los ánimos del establishment ni de la usura internacional y sus agentes locales.
En última instancia, CFK recoge una lección del viejo Juan Domingo Perón:”No es que nosotros fuéramos buenos, el asunto es que los que vinieron detrás nuestro fueron peores, mucho peores y eso nos hizo, en la conciencia popular, muy buenos!”. Y, dada la ferocidad con la que fueron malos los macristas,  con eso alcanza y sobra.
Claro que el régimen asume esta posibilidad como un duro traspié. Lo testimonia el abrupto salto del dólar, la inflación sostenida y hasta los críticos editoriales que diarios como La Nación le dedican a Macri ahora, reprochándole el tiempo perdido: “Es hora de que el jefe del Estado pase de las palabras a los hechos, del papel de comentarista de la realidad al de un auténtico líder, capaz de pilotear los cambios sin los cuales no habrá porvenir próspero...Faltan incentivos para que los grandes capitales se vuelquen a proyectos productivos…Los convenios colectivos, salvo raras excepciones, no tienen en cuenta la necesidad de estimular la productividad y la competitividad…Los costos laborales  son siderales y frustran, al igual que la industria del juicio laboral, la inversión en emprendimientos creativos de riqueza…”  lamenta el diario de los Mitre, asumiendo que la oportunidad se está esfumando. De todos modos, cuando pasen los ruidos de una costosa campaña electoral que pagaremos todos los trabajadores, las calles volverán a ser el escenario condicionante de la política nacional. El  gobierno aun saliendo de la urna más débil, no cejará en intentar avanzar con la agenda que los explotadores escriben.  Y, los peronistas opositores, incluyendo a los kirchneristas, comprometidos en evitar un estallido social, sostendrán la gobernabilidad del régimen por encima del hambre del pueblo. Será, entonces, en  las calles donde el pueblo deberá escribir, contando  sólo  con sus propias fuerzas, su profundo rechazo al gobierno explotador y a todos aquellos que, por las razones que sean, acudirán a  sostenerlo.

(*) Antiguo refrán español.

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Revista La Maza N° 73

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