EDITORIAL
La anunciada derrota electoral del oficialismo kirchnerista en las
elecciones presidenciales viene a poner punto final a un ciclo político y a
abrir otro, nuevo y de características imprevisibles en nuestro país, en un
proceso que, sin embargo, no aparece como privativo de nuestras tierras. En
efecto, la caída estrepitosa del kirchnerismo (pensar que tenía el 55% de los
votos hace apenas cuatro años!!) es parte de una tendencia más general en la
que los gobiernos populistas que hegemonizaron el poder en la región hacen cola
en un dominó fatídico. En la fila se encuentran todos o casi todos los
movimientos que, embanderados en legítimas demandas populares, apropiándose de
historias de luchas tan heroicas como ajenas, utilizando los recursos del
estado le garantizaron al régimen capitalista la salida a la peor crisis
continental que vivió la burguesía después de los años 70. Lo hicieron mediante
reformas homeopáticas y políticas asistenciales y prebendarías que tenían como
único objetivo adormecer las luchas, enfriar los ánimos y, sobretodo, destruir
el proceso autonómico que las masas continentales habían comenzado a recorrer.
Las diferencias entre ellos son, apenas de grado. Lo esencial les es común, tan
común como es el anunciado final de sus caminos. Pero, el ocaso del
kirchnerismo reviste algunas características especiales. Hasta ahora no se
sabía de alguien que fuera capaz de “chocar una calesita”. Sin embargo, la
camarilla gubernamental, con su jefa suprema a la cabeza, desafiando las leyes
de la física y la mecánica, lo consiguió. Mucho antes de que se agotaran los
márgenes económicos que le dieron sustento, la ambición cesarista, la soberbia,
el ataque descontrolado sobre los recursos del estado por parte de sus huestes,
los escándalos de corrupción y enriquecimiento inexplicables, la reiteración
enfermiza del uso de cadenas oficiales que terminaron siendo cadenas de despedida,
la falsificación metódica y sistemática de las cifras y las estadísticas, etc.
etc., ya habían menguado notablemente aquella impresionante mayoría electoral
del 2011. Las mismas clases medias que acompañaron el dolor de la viuda de
Néstor, los mismos que alabaron su entereza y la votaron masivamente aquel
octubre, fueron los primeros en darle la espalda cuando descubrieron que el
camino emprendido conducía a la ciénaga.
CHOCARON LA
CALESITA!!!
Y esas clases medias no
esperaron a que la crisis económica hiciera irrupción. Es que se comenzaron a
acumular las sombras donde antes había brillo de estrellas. Los aliados
elegidos resultaban ser los peores impresentables del viejo cacicazgo
peronista. El mismo Fellner que abrazaba a la enriquecida Milagros Sala era
designado presidente de su partido. Desde el Chaco miserabilizado, importó a un
Jefe de Gabinete que merece ingresar a una galería de comics. Entronó en el
senado, primero, a Beatriz Rojkes de Alperovich, señora feudal del Tucumán,
incomprensiblemente enriquecida de la mano de su esposo gobernador. Después a
Gerardo Zamora, titular de una dinastía de dueños de Santiago del Estero, donde
ahora gerencia su esposa. Alabó sin pudores a Gildo Insfran, el asesino de qoms
y ladrón de sus tierras. Eligio la mano dura de Berni y sus gendarmes para
“dialogar” con trabajadores en huelga por defender sus salarios. Adopto como
propios a los peores y más corruptos dirigentes sindicales. Encumbro en
codiciadas áreas del poder a un grupo de aventureros y trepadores agrupados en
una organización política fundada al solo efecto de amparar el crecimiento
patrimonial de sus miembros. Financió con recursos del estado a empresas de
medios y a periodistas caros, con pautas siderales y audiencias escuálidas,
cuyo único merito era alabar a la conductora de la calesita para ver si les
daba la sortija. Y así podríamos seguir con una larga e increíble lista de
desaciertos políticos, entre los que la designación de Amado Boudou como
vicepresidente o de Aníbal Fernández como candidato a gobernador no son los
mayores. Pero la llegada de la crisis económica, el fin de la bonanza, el
recorte de las prebendas, el secuestro del “dólar ahorro de las clases medias”,
el establecimiento de la inflación como un nuevo impuesto universal, la retracción
económica y las sombrías perspectivas que llegan desde el exterior, terminaron
por crear el clima de una tormenta perfecta. Al alejamiento de las clases
medias y a la hostilidad de un importante sector de la burguesía, se le
comenzaba a agregar la indiferencia popular con el destino de un gobierno que
ya no remediaba los problemas de los más humildes. Era un escenario que nadie
podía negar y que presagiaba, sino el final, al menos serios riesgos a la
continuidad oficialista. Pero, claro, una cosa es mirar el cielo desde el llano
y el barrio y otra cosa, muy distinta es verlo desde el Patio de las Palmeras,
en la Casa Rosada, donde no entran vientos, tempestades ni malas noticias. No
se escucha, ahí, el bramido del viento en la tormenta ni el golpeteo
descontrolado de la lluvia sobre los pobres techos de chapa: en el palacio solo
se oía el batir de los bombos amigos, el aplauso de los fieles alcahuetes y la
gritería del puñado de incondicionales del poder. Tal vez fuese el estruendo de
esos actos, tan minúsculos como apasionados, lo que les impidió, a todos ellos,
oír el ruido de la calesita al chocar con la realidad. Ahora, las consecuencias
de su fracaso quedaran como patrimonio del pueblo. Sobre nuestras espaldas
caerá el ajuste y la devaluación, el tarifazo y el desempleo. Sobre las de
nuestros hijos se abatirá un nuevo ciclo de endeudamiento feroz. Y frente a
todos nosotros, se desplegaran los “dueños” del país, sus políticos,
periodistas y alcahuetes, para intentar que asumamos, por las buenas o por las
malas, el costo de la fiesta ajena.
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