La poderosa
maquinaria electoral, que todo lo tapa y disimula, se apoderó de la escena política
y allí se mantendrá casi hasta finalizar el año. La escalada sin control de los
precios de los productos de la canasta básica, los desalojos, los magros
salarios, el trabajo en negro, el transporte público transformado en asesino serial
del pueblo, el impuesto a la ganancia recaudando 50.000 millones de los
bolsillos de los trabajadores, el acuerdo de la infamia firmado entre CFK y
Rockefeller para entregarle el petróleo argentino a Chevron, los escándalos de
la corrupción y el blanqueo de los capitales fugados, todo eso que ha sido la
realidad cotidiana del régimen, aparece, ahora, disimulado en una campaña
electoral que ignora las demandas de los oprimidos. Por eso es que nadie puede
extrañarse ante la indiferencia popular en la que se desarrolla la pelea entre
estos gerentes de la explotación y la entrega. Más allá de la obligada
concurrencia a las urnas, estas elecciones han estado ausentes de las
preocupaciones del pueblo, así como sus demandas lo han estado de los discursos
de los candidatos.
Sin embargo,
aunque estos comicios no cambien nada de fondo para los oprimidos, sí han
resultado decisivos para los de arriba. En el bloque dominante se han producido
fuertes grietas, cuestionamientos, críticas y exigencias fogoneadas por el
agotamiento de los factores económicos que posibilitaron el éxito del modelo y que
no están en condiciones de ser resueltas por el gobierno. La caída de la
demanda externa, el cepo cambiario, las trabas a las importaciones, las
retenciones a los granos, la retracción del mercado interno y el crecimiento
del déficit energético más allá de lo tolerable por la estructura economía,
transformaron en opositores a empresarios que se codeaban con el poder hasta
unos días antes del comicio y que no vacilaron en aportarle fondos al peronismo
opositor.
Esa situación
buscó y encontró expresión política en los rejuntados peronistas opositores y
en la nueva Alianza de Carrió y Binner. De manera distorsionada, se nutrieron
de un creciente descontento popular y de la penuria económica que afecta a
buena parte de la población. Es por eso que, en estos comicios, un desgastado
kirchnerismo ha sido ampliamente derrotado por una oposición peronista light,
liderada por un mediocre intendente, en el territorio esencial para la dominación
política del país, la Provincia de Buenos Aires. Y lo ha hecho de una manera
tan incruenta que sorprende a los que recuerdan las viejas y salvajes peleas
entre peronistas. Hasta se podría decir que el kirchnerismo perdió el principal
distrito del país sin, siquiera, poder dar pelea, lo que constituye un dato no
menor acerca de su decadencia. Las huestes de La Cámpora brillaron por su
ausencia y no hubo, a lo largo de toda la campaña, ninguna movilización popular
genuina en la que el kirchnerismo pudiese sustentar su pretensión de continuidad.
Sin pena ni gloria, Cristina Fernández de Kirchner emprende el camino del
ocaso.
EL CAMINO DEL OCASO….
Atrás quedan
las pretensiones fundacionales, las proclamas del mejor gobierno de la historia,
la reforma constitucional, la eterna re-elección y disparates como el tren
bala. Peor, todavía, deberá atravesar el desierto de estos dos años de final de
mandato acosada por todos aquellos a los que su gobierno acosó y aún aquellos a
los que su gobierno sirvió de felpudo. Unos por bronca, los otros por
despegarse del fracaso, todos harán fila para pegarle. Se sumarán a la hilera
los jueces y los fiscales, los conversos y los desagradecidos. Sus funcionarios
gastarán horas en tribunales y, no pocos, conocerán la hospitalidad de las
rejas penitenciarias. Y eso no por afán justiciero de los que vienen, sino por
la necesidad que tienen, de ser creídos como algo distinto, quienes, en
realidad, son más de lo mismo. CFK conocerá la ingratitud, la soledad y la
dureza de los otoños en la vida de los patriarcas. Su final de ciclo será
convulsionado, todas sus decisiones serán sometidas a cuestionamiento, algunos
de sus mejores alfiles deberán salir de la escena y sólo unos pocos leales la acompañarán
hasta el final del ciclo con la ingenua esperanza de negociar una tregua con
los vencedores que les asegure su jubilación de corruptos impunes.
En tanto, acá
abajo, donde las mentiras y las promesas de los candidatos valen menos que un
plato de sopa, las urgencias seguirán siendo las mismas y los caminos para
resolverlas seguirán siendo los de siempre. Dice un viejo chiste anarquista que
si las elecciones le sirvieran al pueblo para algo, ya las habrían prohibido.
Por eso son legales y obligatorias, para convencernos de que sirven para algo. Pero sí está
prohibido que el pueblo delibere o gobierno de manera directa, que peticione de
malas maneras o que se organice de manera independiente del estado y sus
aparatos de dominación. Y prohibido en serio, sino miremos a los presos de Bariloche
o Corral de Bustos, a los 5.000 procesados y a los miles de pibes asesinados
por el gatillo fácil del régimen.
Nada bueno
pude esperar el pueblo de esta democracia bastarda, hija de la dictadura y de
los amos internacionales, fuente inagotable de prebendas y negociados. La
rebelión de los de abajo madura en el mundo entero como respuesta a la crisis
capitalista y nos convoca a redoblar los esfuerzos en cuanta lucha se libre y en
cuanta batalla se plantee. El futuro está sembrado en el sacrificio de miles de
luchadores, se nutre de nuestra memoria colectiva y está a tiro del puño de los
pueblos.
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