EDITORIAL
Diciembre no
podía haber empezado peor. Aún no llegan los calores del verano ni el aliento
espeso de los reclamos sociales y los anunciados saqueos, pero
ya el clima económico y político se está poniendo pesado. Las noticias que
llegan desde el mundo no son buenas para nuestros progresistas
en el gobierno. La guerra comercial en curso, con eje en el
precio del petróleo, amenaza trastocar los frágiles acuerdos forjados por la
crisis abierta en el 2008 y los tambores de la guerra empiezan a calentar sus
parches. Rusia, acorralada por las sanciones que siguieron a su incursión en
Ucrania, ve como sus ingresos externos mayoritariamente provenientes de
exportaciones de hidrocarburos- se licuan, mientras la hostilidad impulsada por
EE.UU. sigue en ascenso. China, coyunturalmente beneficiada por la caída del
precio de la preciada energía de la que carece, avanza en la ocupación económica
y diplomática de los espacios e intersticios que la decadencia yanqui abre día
a día. Y los EE.UU., sacudidos por las protestas raciales y el malestar social,
ven como su milagro económico del petróleo de fracking, en el que estaban
depositadas todas las esperanzas de salir airosos de la crisis, se derrumban
ante un barril de 55 dólares cuando sus costos productivos superan los 70. Una
tras otra, las empresas frackineras yanquis, empiezan a tambalear, se concursa,
paralizan inversiones y aplazan explotaciones. Precisamente ése ha sido uno de
los objetivos centrales de las monarquías árabes al incrementar la producción
petrolera en medio de una importante caída de la demanda como la que impone la
actual recesión. Para los saudíes y sus socios de lo que se trata es de
preservar su control del mercado golpeando duramente a su incipiente competidor
yanqui y sus novedosas y destructivas técnicas de explotación, que no pueden
competir con el precio de producción de los yacimientos convencionales (10 dólares
el barril) y necesitan un petróleo caro para poder subsistir. Sólo un mundo
cuyas hegemonías están siendo profundamente trastocadas y subvertidas por una
crisis sin final, puede explicar que la OPEP
(Organización de Países Exportadores de Petróleo), encabezada Arabia Saudí y
las demás dinastías feudales y atávicas que pueblan el Golfo, pongan al mundo
industrial e imperialista a merced de la voluntad de sus recursos y flujos
petroleros. Sólo un mundo sin claros dominantes y sin gendarmes determinantes
explica tanta audacia y tantos derrumbes.
LES MUERDEN LOS TALONES
Y las consecuencias
de este salto en la crisis se hacen sentir en todos los rincones del planeta.
En última instancia, más allá de las intenciones e intereses de los
protagonistas directos, se trata del primer gran capítulo de una guerra
comercial que se avecina y que siempre aparece en las crisis económicas como el
preámbulo de otras guerras más contundentes. Los mercados de crédito se cierran
y ni qué hablar de conseguir inversiones productivas. El comercio internacional
se retrae. Los proteccionismos
se ponen traje nuevo. Y en ese escenario, los sueños de CFK y Alex Kicillof de
obtener 3000 millones de dólares en el canje de los BODEN se derrumbaron. La
jugada apuntaba a quitarse de encima vencimientos próximos y acrecentar las
reservas, como una clara señal a los buitres de que no va a negociar en
cualquier condición. También era un tanteo para ver qué receptividad había en
la usura internacional hacia nuevas emisiones de deuda argentina. El resultado
fue un fiasco. Unos miserables 250 millones de dólares fue todo lo recaudado, a
pesar de que se prometían tasas de interés que rondaban el 10 % anual. La
jugada fracasó por dos elementales errores de cálculo. El primero tiene que ver
con no haber previsto las consecuencias de la guerra petrolera sobre los
mercados; el segundo es haberse olvidado de
que la Argentina kirchnerista, la pagadora serial de Cristina,
sigue en el veraz de los usureros. Y, al mismo tiempo del fracaso de Kicillof,
Etiopía (sí, Etiopía!) lograba colocar bonos al 6 % anual!! Y, entonces, las
acechanzas de la macro-economía comienzan a desplegar sus alas sobre la economía
cotidiana, la del bolsillo de los pobres. Cae el empleo, caen los salarios, hay
recesión industrial, el precio de la soja se derrumba y el malestar social es
el único indicador que crece sin parar. El
sueño de condicionar la transición, imponer sucesores y asegurar impunidades se
evapora como un espejismo, mientras los caciquejos peronistas se encolumnan,
silenciosos pero firmes, detrás de Scioli y excluyendo al kirchnerismo puro y
duro. Ese debilitamiento generalizado de la fracción gobernante es aprovechado
por los factores de poder que ya no confían en ella y por una de sus
herramientas predilectas, los jueces. Y sucede, como nunca en estos doce años,
que la casi totalidad de los ministros, funcionarios y referentes kirchneristas
se encuentran con que son agendas tribunalicias, con que tienen sus teléfonos
intervenidos por orden judicial, que sus cuentas y facturas son requeridas y
revisadas, que sus viajes son investigados, sus fortunas monitoreadas y sus
declaraciones juradas
sometidas a descuartizamiento por peritos diligentes. Una entusiasta tropa
judicial muerde los talones de los que fueron sus amos. Forja su propio futuro
ante el cambio que se viene. Es el temido fin de época, eufemismo que refiere
al final del ejercicio pleno y absoluto del poder, de la obediencia debida en
todos los estamentos del estado y de la sociedad, de la impunidad como regla.
Los empresarios critican abiertamente y se abrazan con los opositores, los
sindicalistas, aún los aliados, toman prudente distancia. Referentes históricos
de la corriente y del propio gobierno cruzan el Rubicón. La plaza del
aniversario luce deslucida y el discurso suena más destemplado que la tarde
lluviosa, el tono de guerra de CFK recuerda otras épocas, lejanas,
irrepetibles. La historia está caminando por otro lado y ellos, naturalmente,
se niegan a verlo. El tránsito siempre es doloroso para el que se va de los
privilegios. La amenaza judicial es contundente con muchos de los nuevos ricos progresistas,
pero es impiadosa contra la propia familia presidencial. CFK y
sus hijos están en la mira no de Bonadío sino de toda la corpo judicial,
amparada por buena parte del régimen y de la opinión pública, que intuye el
mayor escándalo de corrupción y enriquecimiento ilícito de la historia reciente
de nuestro país. Es posible que sea esa certeza y no el recuerdo de tiempos
heroicos (que, por otra parte, nunca existieron!) lo que explique los gritos
destemplados de Cristina, desde una confortable sala de la Casa Rosada hacia
una plaza desierta donde el temporal se llevaba puestos los sueños de
eternidad. En tanto, los pobres, los excluidos, los que siempre pagan con su
espalda destrozada por la explotación la fiesta de los ricos, acumulan bronca y
desesperanza. Perciben que el fin del kirchnerismo y de la mayor bonanza económica
del país en los tiempos modernos, sólo les deja una pesada factura. No
recibieron ni las migajas del modelo, pero pretenden condenarlos a pagar la
fiesta entera. Y en eso coinciden todos los opositores: vienen tiempos de mayor
ajuste, todavía. Vendrán, en consecuencia, tiempos de mayores luchas y de
grandes peleas, donde se forjaran nuevas y, tal vez, definitivas banderas de
liberación nacional y social.
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