En estos días se cumplen
treinta años del restablecimiento de la democracia en nuestro país. La derrota
en Malvinas y la persistencia de la resistencia popular pusieron contra las
cuerdas a la dictadura militar más sangrienta de nuestra historia y la dejaron
a merced de un pueblo heroico y movilizado que ganaba las calles cada vez con
mayor masividad y contundencia.
Exigía justicia, aparición
con vida de los miles de desaparecidos, libertad de los presos políticos,
libertades democráticas, políticas y sindicales. Pero, también y sobre todo,
exigía la restitución de las importantes conquistas sociales y económicas logradas
en décadas de lucha y arrebatas a punta de fusil por los militares genocidas
para enriquecer a los socios empresariales de la dictadura.
Y, mientras la dictadura
apuraba la negociación con los siempre bien dispuestos políticos burgueses y
restablecía la legalidad del funcionamiento de sus partidos, el pueblo
reconstruía su memoria, abrazaba a los sobrevivientes, rescataba las luchas y sus
enseñanzas. Se proponía reinstalar la discusión acerca de qué sociedad
construir y al beneficio de quiénes. Pero ni los militares ni los políticos de
la burguesía estaban dispuestos a tolerar ese rumbo al período post-dictadura
que ya se vivía.
Entonces, transaron. El que
primero acudió a la cita con los genocidas fue el viejo peronismo de Lorenzo
Miguel, Bittel y compañía, el mismo que se incendiaría con el cajón de Herminio
Iglesias. Con un poco más de discreción, también concurrió a la cita la Unión Cívica
Radical, encabezada por el ex cadete del Liceo Militar, Raúl Alfonsín, viejo
camarada de aulas de los generales Viola y Videla.
Fuese como fuese el
desarrollo del acuerdo de impunidad sellado, lo que quedó claro era que el tránsito
a la democracia no sería en beneficio del pueblo explotado ni de la Nación
saqueada. Que se preservarían los negocios y las fortunas mal habidas y ensangrentadas
de la burguesía argentina; que se honraría la deuda externa pactada para
enriquecerlos a ellos y a los banqueros y gestores usurarios; que no habría
revisión de los negociados del Mundial 78 y su TV color; que nadie indagaría seriamente
el destino de los desaparecidos y que se garantizaría impunidad para los artífices
y beneficiarios del período más negro de nuestra historia nacional. Y, tal vez
porque pactó con mayor discreción que los peronistas, fue el partido radical el
que se quedó con el sillón de Rivadavia, empujado por el voto multitudinario de
un pueblo que creyó el verso alfonsinista de democracia en la que se come, se
educa y se cura y de los juicios históricos en los que los genocidas pagarían
sus culpas, mientras la CONADEP preparaba un informe más útil para los
historiadores que para hacer justicia popular.
Lo que vino después es más
conocido. La democracia demostró ser hija bastarda de la dictadura y de los
poderes hegemónicos que aquella o bien construyó o bien fortaleció como nunca.
Los partidos del régimen con su esquema bipartidista, radicalperonista, se
encargaron de desandar los primeros y tibios pasos para acabar con la
impunidad, vinieron las leyes de obediencia debida y punto final, vino el
indulto de Menem y la reconciliación nacional y social con los empresarios
socios e inspiradores del genocidio
y con una cúpula eclesiástica que bendecía los fusiles asesinos.
En estos treinta años se
les pagó a los acreedores varias veces el PBI anual de nuestro país, sólo para
seguir debiendo, cada año, un poco más. En estas décadas, la Argentina de los
pobres quebró varias veces. Se derrumbó el país con mayor alfabetización del
continente; el abismo social se hizo cotidiano para millones y millones de
argentinos que debieron aceptar vivir sobre la basura, comer de las sobras,
vestirse de lo que tiran las clases medias y morir en los basurales;
desaparecieron escuelas y hospitales públicos; la vivienda popular se transformó
en un espejismo y el transporte público se derrumbó. Las empresas nacionales
fueron rematadas a los usureros mientras la tuberculosis, el alcoholismo, las
adicciones y el chagas hacen estragos entre los más pobres. En tanto, las fortunas mal
habidas siguieron sentadas en todos los resortes del poder, ordenando los
pagos, planificando los saqueos, mandando las miserias que sus políticos
serviles ejecutan a cambio de una pequeña parcela de brillo y dinero. La corrupción
de la política y su peaje fue el precio que paga la burguesía para poder seguir adelante con el programa que empezó a ejecutar Videla y que siguieron ejecutando todos los políticos del régimen, incluso este gobierno.
TREINTA AÑOS CONTRA EL PUEBLO
Ahora, a tres décadas de la
caída de la dictadura, el régimen se enfrenta a otro fin de época, al ocaso del
kirchnerismo, a la amenaza de la inestabilidad política en un futuro que
promete vacas flacas y crisis económicas. Y es tan categórica la derrota K que se acompaña hasta con
la salud del árbitro supremo, CFK, comprometida por las categóricas palizas que
está recibiendo y que anticipan un final agitado. Y el kirchnerismo no fue
cualquier gobierno, fue el diseño populista del régimen, con pequeñas
concesiones de forma y homeopáticas reformas de fondo destinadas a apagar el
incendio del 2001; pero, a la vez, pagando como nunca antes cifras siderales a
los usureros y asegurando ganancias colosales a los empresarios nacionales y a
los saqueadores de afuera. El kirchnerismo ya fue, eso es lo que dirán las
urnas este mes. Pero las urnas no dirán quién viene en su reemplazo porque la
burguesía no ha podido instalar un candidato ni un proyecto que le asegure la
estabilidad y el saqueo futuro.
Deberá imponerlos ante un
pueblo mucho más organizado que el del 2001, rebelde, independiente, adicto a
la acción directa y con su memoria política reconstruida. La burguesía sabe que
vienen tiempos difíciles y por eso muestra sus dientes feroces y aparecen los
Milani, los Berni, los Granados y el Ejército y gendarmes y prefectos
desalojando pobres y patrullando ciudades.
Amenazan con hacer tronar
el escarmiento a los que los desafíen, como hicieron en Bariloche, encerrando
por largos meses a cinco humildes luchadores anarquistas para intentar apagar
el incendio social o como pretenden hacer con los trabajadores petroleros de
Las Heras. Pero los tiempos han cambiado y siguen cambiando en contra de sus
designios. Los vientos soplan hacia el futuro y se llevan puesta la hegemonía
universal e inmortal del imperio del norte, amo de estos serviles, y dejan como
un papanatas a su presidente, humillado en Siria e Irán y con su gobierno
cerrado por falta de fondos. Los tiempos por venir, los días esperados, están
llegando. A cada uno lo que le quepa.
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