Cada fin de año impone balances y cotejos
de cálculos y estimaciones previas con los resultados de doce meses de trajín.
Muchas veces, ese ejercicio arroja sorpresas, gratas o no. Otras, como ahora,
es, simplemente, una comprobación de como siguen actuando las profundas fuerzas
de la historia y la lucha de clases contra la dominación capitalista
internacional, doblegando la voluntad de muchos de sus protagonistas por
enderezar el rumbo. En este 2012 que termina, la crisis que sacude al
capitalismo ha cumplido cuatro años de vitalidad creciente y ritmo ascendente.
Han seguido fracasando, una tras otra, las recetas del capital financiero para
estabilizar la economía metropolitana y, a la vez, seguir asegurándose sus
descomunales beneficios usurarios. Después de Grecia le llegó el turno a
España, devorada por la agitación social, el desempleo y la recesión y
amenazada su propia integridad estatal. Francia misma, no ha resistido sino
unos meses al canto de las sirenas del gobierno “socialista” de Hollande y se
precipita hacia la recesión, mientras la economía alemana comienza a dar claros
síntomas de agotamiento. Una inédita y activa huelga continental, transformada
en pelea callejera, paralizó a varios países del Viejo Continente marcando un
camino que, sin dudas será largamente transitado en 2013. En tanto, los
gobiernos europeos siguen intentando equilibrios en una floja y angosta cuerda
al borde del precipicio, entre las demandas insaciables del capital financiero
y la creciente resistencia popular, con burguesías divididas y aparatos
reformistas que poco y nada pueden brindar en pos de la resurrección económica
y la paz social. El gobierno del banquero Mario Monti, en Italia, acaba de
sucumbir ante esos embates. Duró apenas un año. Mariano Rajoy se sacude ante
los golpes de una sociedad a punto de estallar, acorralado por la
intransigencia del Banco Europeo y Angela Merkel. No es mejor la situación de
Passos Coelho en Portugal ni de los demás gobernantes de la región.
Los EE.UU., sorteado el escenario
electoral, sigue en el marasmo del estancamiento mientras asoman, por doquier, síntomas
de descomposición social y comienzan a aparecer fuertes protestas sociales. En
tanto, la locomotora capitalista, China, se ha visto sacudida por una inédita
pelea política en su cúpula, provisoriamente saldada con la purga violenta del
ala populista. No es otra cosa que un reflejo en las filas de la “burguesía
roja” de profundas conmociones y disturbios sociales, que están pasando de la
aldea a la ciudad y de los campos a las fábricas y que cuestionan las terribles
condiciones de trabajo y los salarios miserables impuestos por estos singulares
“comunistas” (¡!). La pérdida de la hegemonía imperial se manifiesta en la
creciente inestabilidad de todo el entramado de las relaciones capitalistas,
donde los estados y las potencias regionales intentan aprovechar las rendijas
que la dominación declinante les deja, desatando guerras comerciales, zagas
proteccionistas y resucitando viejas rivalidades y apetencias. Las revoluciones
árabes han trastocado el mapa político no sólo de las burguesías del Medio Oriente
sino de una trabajosamente construida fortaleza israelita, la que ha quedado
expuesta en situación de extrema vulnerabilidad. Su imposibilidad de atacar a
Irán, el repliegue obligado en la batalla contra Gaza, el reconocimiento de
Palestina en la ONU son datos que ilustran el creciente aislamiento del estado
fascista judío, antesala política de su liquidación estatal. Y poco y nada
puede esperar de su padrino: la desventura iraquí, el pantano militar afgano,
la resistencia popular a cualquier otra aventura bélica, el creciente rechazo
hacia las alianzas con Israel y el agotamiento de los recursos presupuestarios
son los condicionantes que el lobby judíofascista en USA no ha podido sortear
para obtener el habitual apoyo incondicional del imperio a su política
criminal.
NO ES EL
FIN DEL MUNDO, SINO EL FIN DEL CAPITALISMO
La crisis genera estancamiento, pero no
se estanca: acentúa su generalidad, profundiza su complejidad y derriba diversidades
y fronteras. Desde la economía se ha instalado en la cultura, en la política y
en la guerra; golpea a todos los países y a todas las regiones; no hay
actividad social ni intelectual que le sea ajena. La crisis es el común denominador
de la época. 2012 no ha sido el fin del mundo, tal como pretendían algunos
desopilantes intérpretes de las culturas mayas. Pero sí es verdad que el mundo
capitalista ha dado nuevos e irreversibles pasos hacia su definitiva destrucción.
Claro que eso no sucederá como un hecho natural o biológico; la violencia
social es la necesaria partera de la historia, una historia que está dando
sobradas pruebas de madurez y que reclama, hasta con urgencia, para que ese
cambio se produzca. La progresiva resistencia social al ataque capitalista, su
extensión universal, la pérdida acelerada de liderazgo y hegemonía de los
aparatos traidores (estalinistas, castristas, reformistas, bolivarianos…), la aparición
de una nueva generación de luchadores forjada en estos años de resistencia, la legitimación de métodos de acción directa, la aparición de organismos
autónomos de centralización de la lucha, la descomposición de los aparatos
estatales, prefiguran un escenario de muerte cercana del viejo régimen y de
inicios de una nueva época en el devenir de la humanidad. Se construirá lo
nuevo destruyendo lo viejo, demoliendo sus muros, pisoteando sus aparatos de
privilegio y explotación, disolviendo su estructuras de dominación económica,
social, política, cultural y militar. Ese es el requisito del progreso y esa es
la ley lógica del desarrollo social. En ese camino, los pueblos del mundo irán
forjando una nueva conciencia social, una identidad universal de hermandad de
los oprimidos y armonía con la naturaleza, una voluntad de construir juntos,
sin patrones pero sin jefes, una era de socialismo y libertad, antesala de la
verdadera historia humana.
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