Si algo le faltaba al
gobierno nacional para iniciar un 2013 complicado, el temporal que azotó buena
parte de Buenos Aires y el área metropolitana, dejando un saldo de casi 60
muertos y centenas de millones en pérdidas, acaba de brindárselo. El temible vendaval
que se desató sobre los bonaerenses puede ser atribuido a varios factores,
menos a la fortuna. Es la consecuencia inevitable del desastre ambiental que el
capitalismo lleva a cabo en su imparable afán de ganancias, cuyo capítulo local
es la sojización de nuestras llanuras, con el desmonte, el cambio climático, el
agotamiento de los suelos y su incapacidad de absorción de aguas que entraña
ese modelo. Y todo eso alentado desde el gobierno y las multinacionales amigas
en su voracidad de sojadólares. Pero, también es producto de un crecimiento
urbano que jamás tuvo en cuenta la necesidad de la planificación preservando al
ser humano como el eje de la civilización. Las ciudades crecen por
amontonamiento de pobres, las casas bajas son derrumbadas para construir
edificios altos, los parques, árboles y baldíos caen bajo el avance inexorable
de la especulación inmobiliaria, mientras los gobiernos sólo miran las
comisiones que les dejan los especuladores y las cuentas de los impuestos urbanos.
La infraestructura de desagües de la ciudad de La Plata, una de las zonas más
afectadas, es la misma de hace cien años.
Algo parecido ocurre en la
Capital Federal, mientras, en otras zonas anegadas, directamente, no existe
servicio cloacal de ningún tipo. La desaprensión e ineficiencia de los
gobiernos capitalistas van de la mano de la voracidad de los capitales
predadores del medio ambiente y los resultados no se hicieron esperar. Feroces
tormentas de granizo, nevadas insólitas y diluvios bíblicos se suceden mientras
los gobernantes se frotan las manos acariciando la recaudación sojera sin
atreverse a calcular, siquiera, cuántas cosechas de soja se necesitarán para
reparar los daños materiales provocados por el último meteoro. En eso no hay internas,
se hermanan en la responsabilidad CFK, Scioli y Macri, agentes del peor
capitalismo, ajenos al sufrimiento de un pueblo ya castigado por la creciente
miseria (28% de la población es pobre según la Universidad Católica), el
desempleo, el trabajo en negro, la inflación, la inseguridad y la ineficiencia
de los servicios públicos. Este conmovedor cuadro social pone, dramáticamente,
al desnudo la falacia y la mendacidad de los discursos del bienestar con los
que se ha pretendido forjar la imagen del gobierno nacional. Sin embargo, las
penas del gobierno no se agotarán con el largo lamento de los miles de
damnificados que han perdido hasta los colchones y cuyos ecos se harán sentir
con dureza en un año de gravitación electoral. Tampoco resonarán solos. La
tenacidad de una crisis internacional que golpea con fuerza la economía
capitalista dependiente y saqueada que el kirchnerismo se ha empeñado en
construir, empuja el dólar negro, fuga divisas, cercena exportaciones, golpea
con su producción excedente y comienza a expulsar del empleo a miles de
trabajadores y a precarizar su condición laboral a otros tantos. Para un
gobierno aferrado al poder como única razón de ser son demasiadas
complicaciones al mismo tiempo. Este año el kirchnerismo se apresta
a librar su batalla decisiva:
“reelección o muerte” pareciera ser la divisa de ésta pandilla que ahora se
llama “cristinismo”. No se trata de una pagana e infantil adoración por el
poder, sino de una más terrenal y comprensible necesidad de asegurar la continuidad
para sus negociados y de imponer, merced a la acción inexorable del tiempo y la
continuidad de influencias y aprietes, la necesaria impunidad que permita
disfrutar de los beneficios cosechados en las arcas estatales.
Pero “las desgracias nunca vienen
de a una”, dice el refrán. Faltaba una, la más imprevista, la más inesperada y,
en consecuencia, la más dolorosa: el “cura-jefe de la oposición” acaba de ser
ascendido a “mariscal en jefe” de los 1200 millones de cristianos (40 habitan
este país). El cura Bergoglio ahora es, “Su Santidad” el Papa Francisco; el que
les hablaba a un puñado de seguidores en la Catedral porteña, ahora “bendice” a
millones en todo el mundo; el que se reunía a escondidas con patéticas figuras
de la oposición criolla ahora recibe las reverencias de los poderosos del
mundo. Lamentablemente para el kirchnerismo, Francisco sigue siendo el crítico
Bergoglio, y continúa censurando su autoritarismo, su desprecio por los pobres,
su utilización de la caja pública para el lujo personal y su ambición de
perpetuidad. Y se lo hizo saber, en persona a CFK cuando, en público y ante las
cámaras, la mandó a leer el pensamiento de los obispos, para “que vaya
pescando lo que opinamos”. No es mucho como critica para un gobierno que ha
hecho méritos para consagrarse entre los más entreguistas y corruptos de
nuestra historia. Tampoco se podía pedir otra cosa: Francisco no es un enemigo
sino un fiel servidor del capitalismo. Pero, esa crítica de Bergoglio, aunque acotada
a los modos de ejercer el poder, implica necesariamente un profundo conflicto
con los intereses de la pandilla gobernante. Y mucho más cuando se conjuga con
la larga serie de infortunios que sacuden su hegemonía. Un sueño acaba de morir,
aunque sus protagonistas todavía no lo registren: la eterna reelección se
evapora de las manos de un gobierno encaminado a un largo otoño y un duro
exilio de las mieles del poder.
Claro que los pobres no
tienen muchos motivos de alegría en las desgracias ajenas. A éste kirchnerismo
decadente le sucederá el viejo peronismo o la nueva Alianza, ávidos de volver a
manipular las cajas, de seguir sosteniendo la entrega y el saqueo, la sojización
que desertifica la llanura, las barbaries minera y petrolera que destruyen el
ambiente, en continuar pagando la deuda eterna y, sobretodo, en mantener la
opresión y la miseria de la gran mayoría del pueblo, sobre la que se sostienen
todos esos privilegios. Será un tránsito de amo, un cambio de collar perpetrado
mediante los mecanismos tramposos de la democracia burguesa y sus elecciones,
lamentablemente legitimadas por una izquierda para la que cuentan más las urnas
que los puños de los oprimidos. En tanto, en la pobreza profunda, en la
desesperanza sostenida, en el desamparo largo va creciendo la bronca de los
oprimidos. No se detiene ante urnas ni votos; estalla, incontenible, de cuando
en cuando, cada vez con mayor fuerza. Así fue en la Navidad pasada, cuando
decenas de miles de pobres atacaron centenares de supermercados. Así fue cuando
los pobres del Barrio Mitre, en Saavedra, ocuparon el shopping de Elsztein que
les inunda sus precarias casas. Así va sucediendo en una marea creciente que
busca cauce. Es obligación de la izquierda revolucionaria y libertaria
acompañar y alentar su búsqueda de rumbo, en la certeza de que tiempos
fundacionales golpean a nuestras puertas.
“LAS DESGRACIAS NUNCA VIENEN DE A UNA…”
Sin embargo, las penas del
gobierno no se agotarán con el largo lamento de los miles de damnificados que
han perdido hasta los colchones y cuyos ecos se harán sentir con dureza en un
año de gravitación electoral. Tampoco resonarán solos. La tenacidad de una
crisis internacional que golpea con fuerza la economía capitalista dependiente
y saqueada que el kirchnerismo se ha empeñado en construir, empuja el dólar
negro, fuga divisas, cercena exportaciones, golpea con su producción excedente
y comienza a expulsar del empleo a miles de trabajadores y a precarizar su
condición laboral a otros tantos. Para un gobierno aferrado al poder como única
razón de ser son demasiadas complicaciones al mismo tiempo. Este año el
kirchnerismo se apresta a librar su batalla decisiva: “reelección o muerte”
pareciera ser la divisa de ésta pandilla que ahora se llama “cristinismo”. No
se trata de una pagana e infantil adoración por el poder, sino de una más
terrenal y comprensible necesidad de asegurar la continuidad para sus negociados
y de imponer, merced a la acción inexorable del tiempo y la continuidad de
influencias y aprietes, la necesaria impunidad que permita disfrutar de los
beneficios cosechados en las arcas estatales.
Pero “las desgracias nunca
vienen de a una”, dice el refrán. Faltaba una, la más imprevista, la más
inesperada y, en consecuencia, la más dolorosa: el “cura-jefe de la oposición”
acaba de ser ascendido a “mariscal en jefe” de los 1200 millones de cristianos
(40 habitan este país). El cura Bergoglio ahora es, “Su Santidad” el Papa
Francisco; el que les hablaba a un puñado de seguidores en la Catedral porteña,
ahora “bendice” a millones en todo el mundo; el que se reunía a escondidas con
patéticas figuras de la oposición criolla ahora recibe las reverencias de los poderosos
del mundo. Lamentablemente para el kirchnerismo, Francisco sigue siendo el
crítico Bergoglio, y continúa censurando su autoritarismo, su desprecio por los
pobres, su utilización de la caja pública para el lujo personal y su ambición
de perpetuidad. Y se lo hizo saber, en persona a CFK cuando, en público y ante
las cámaras, la mandó a leer el pensamiento de los obispos, para “que vaya
pescando lo que opinamos”. No es mucho como critica para un gobierno que ha
hecho méritos para consagrarse entre los más entreguistas y corruptos de
nuestra historia. Tampoco se podía pedir otra cosa: Francisco no es un enemigo
sino un fiel servidor del capitalismo. Pero, esa crítica de Bergoglio, aunque acotada
a los modos de ejercer el poder, implica necesariamente un profundo conflicto
con los intereses de la pandilla gobernante. Y mucho más cuando se conjuga con
la larga serie de infortunios que sacuden su hegemonía. Un sueño acaba de morir,
aunque sus protagonistas todavía no lo registren: la eterna reelección se
evapora de las manos de un gobierno encaminado a un largo otoño y un duro
exilio de las mieles del poder. Claro que los pobres no tienen muchos motivos
de alegría en las desgracias ajenas. A éste kirchnerismo decadente le sucederá
el viejo peronismo o la nueva Alianza, ávidos de volver a manipular las cajas,
de seguir sosteniendo la entrega y el saqueo, la sojización que desertifica la
llanura, las barbaries minera y petrolera que destruyen el ambiente, en
continuar pagando la deuda eterna y, sobretodo, en mantener la opresión y la
miseria de la gran mayoría del pueblo, sobre la que se sostienen todos esos privilegios.
Será un tránsito de amo, un cambio de collar perpetrado mediante los mecanismos
tramposos de la democracia burguesa y sus elecciones, lamentablemente
legitimadas por una izquierda para la que cuentan más las urnas que los puños
de los oprimidos. En tanto, en la pobreza profunda, en la desesperanza
sostenida, en el desamparo largo va creciendo la bronca de los oprimidos. No se
detiene ante urnas ni votos; estalla, incontenible, de cuando en cuando, cada
vez con mayor fuerza. Así fue en la Navidad pasada, cuando decenas de miles de
pobres atacaron centenares de supermercados. Así fue cuando los pobres del Barrio
Mitre, en Saavedra, ocuparon el shopping de Elsztein que les inunda sus
precarias casas. Así va sucediendo en una marea creciente que busca cauce. Es
obligación de la izquierda revolucionaria y libertaria acompañar y alentar su
búsqueda de rumbo, en la certeza de que tiempos fundacionales golpean a
nuestras puertas.
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