viernes, 31 de julio de 2015

Revista La Maza N° 41


EDITORIAL
  Si algo le faltaba al gobierno nacional para iniciar un 2013 complicado, el temporal que azotó buena parte de Buenos Aires y el área metropolitana, dejando un saldo de casi 60 muertos y centenas de millones en pérdidas, acaba de brindárselo. El temible vendaval que se desató sobre los bonaerenses puede ser atribuido a varios factores, menos a la fortuna. Es la consecuencia inevitable del desastre ambiental que el capitalismo lleva a cabo en su imparable afán de ganancias, cuyo capítulo local es la sojización de nuestras llanuras, con el desmonte, el cambio climático, el agotamiento de los suelos y su incapacidad de absorción de aguas que entraña ese modelo. Y todo eso alentado desde el gobierno y las multinacionales amigas en su voracidad de sojadólares. Pero, también es producto de un crecimiento urbano que jamás tuvo en cuenta la necesidad de la planificación preservando al ser humano como el eje de la civilización. Las ciudades crecen por amontonamiento de pobres, las casas bajas son derrumbadas para construir edificios altos, los parques, árboles y baldíos caen bajo el avance inexorable de la especulación inmobiliaria, mientras los gobiernos sólo miran las comisiones que les dejan los especuladores y las cuentas de los impuestos urbanos. La infraestructura de desagües de la ciudad de La Plata, una de las zonas más afectadas, es la misma de hace cien años.
Algo parecido ocurre en la Capital Federal, mientras, en otras zonas anegadas, directamente, no existe servicio cloacal de ningún tipo. La desaprensión e ineficiencia de los gobiernos capitalistas van de la mano de la voracidad de los capitales predadores del medio ambiente y los resultados no se hicieron esperar. Feroces tormentas de granizo, nevadas insólitas y diluvios bíblicos se suceden mientras los gobernantes se frotan las manos acariciando la recaudación sojera sin atreverse a calcular, siquiera, cuántas cosechas de soja se necesitarán para reparar los daños materiales provocados por el último meteoro. En eso no hay internas, se hermanan en la responsabilidad CFK, Scioli y Macri, agentes del peor capitalismo, ajenos al sufrimiento de un pueblo ya castigado por la creciente miseria (28% de la población es pobre según la Universidad Católica), el desempleo, el trabajo en negro, la inflación, la inseguridad y la ineficiencia de los servicios públicos. Este conmovedor cuadro social pone, dramáticamente, al desnudo la falacia y la mendacidad de los discursos del bienestar con los que se ha pretendido forjar la imagen del gobierno nacional. Sin embargo, las penas del gobierno no se agotarán con el largo lamento de los miles de damnificados que han perdido hasta los colchones y cuyos ecos se harán sentir con dureza en un año de gravitación electoral. Tampoco resonarán solos. La tenacidad de una crisis internacional que golpea con fuerza la economía capitalista dependiente y saqueada que el kirchnerismo se ha empeñado en construir, empuja el dólar negro, fuga divisas, cercena exportaciones, golpea con su producción excedente y comienza a expulsar del empleo a miles de trabajadores y a precarizar su condición laboral a otros tantos. Para un gobierno aferrado al poder como única razón de ser son demasiadas complicaciones al mismo tiempo. Este año el kirchnerismo se apresta
a librar su batalla decisiva: “reelección o muerte” pareciera ser la divisa de ésta pandilla que ahora se llama “cristinismo”. No se trata de una pagana e infantil adoración por el poder, sino de una más terrenal y comprensible necesidad de asegurar la continuidad para sus negociados y de imponer, merced a la acción inexorable del tiempo y la continuidad de influencias y aprietes, la necesaria impunidad que permita disfrutar de los beneficios cosechados en las arcas estatales.
Pero “las desgracias nunca vienen de a una”, dice el refrán. Faltaba una, la más imprevista, la más inesperada y, en consecuencia, la más dolorosa: el “cura-jefe de la oposición” acaba de ser ascendido a “mariscal en jefe” de los 1200 millones de cristianos (40 habitan este país). El cura Bergoglio ahora es, “Su Santidad” el Papa Francisco; el que les hablaba a un puñado de seguidores en la Catedral porteña, ahora “bendice” a millones en todo el mundo; el que se reunía a escondidas con patéticas figuras de la oposición criolla ahora recibe las reverencias de los poderosos del mundo. Lamentablemente para el kirchnerismo, Francisco sigue siendo el crítico Bergoglio, y continúa censurando su autoritarismo, su desprecio por los pobres, su utilización de la caja pública para el lujo personal y su ambición de perpetuidad. Y se lo hizo saber, en persona a CFK cuando, en público y ante las cámaras, la mandó a leer el pensamiento de los obispos, para “que vaya pescando lo que opinamos”. No es mucho como critica para un gobierno que ha hecho méritos para consagrarse entre los más entreguistas y corruptos de nuestra historia. Tampoco se podía pedir otra cosa: Francisco no es un enemigo sino un fiel servidor del capitalismo. Pero, esa crítica de Bergoglio, aunque acotada a los modos de ejercer el poder, implica necesariamente un profundo conflicto con los intereses de la pandilla gobernante. Y mucho más cuando se conjuga con la larga serie de infortunios que sacuden su hegemonía. Un sueño acaba de morir, aunque sus protagonistas todavía no lo registren: la eterna reelección se evapora de las manos de un gobierno encaminado a un largo otoño y un duro exilio de las mieles del poder.
Claro que los pobres no tienen muchos motivos de alegría en las desgracias ajenas. A éste kirchnerismo decadente le sucederá el viejo peronismo o la nueva Alianza, ávidos de volver a manipular las cajas, de seguir sosteniendo la entrega y el saqueo, la sojización que desertifica la llanura, las barbaries minera y petrolera que destruyen el ambiente, en continuar pagando la deuda eterna y, sobretodo, en mantener la opresión y la miseria de la gran mayoría del pueblo, sobre la que se sostienen todos esos privilegios. Será un tránsito de amo, un cambio de collar perpetrado mediante los mecanismos tramposos de la democracia burguesa y sus elecciones, lamentablemente legitimadas por una izquierda para la que cuentan más las urnas que los puños de los oprimidos. En tanto, en la pobreza profunda, en la desesperanza sostenida, en el desamparo largo va creciendo la bronca de los oprimidos. No se detiene ante urnas ni votos; estalla, incontenible, de cuando en cuando, cada vez con mayor fuerza. Así fue en la Navidad pasada, cuando decenas de miles de pobres atacaron centenares de supermercados. Así fue cuando los pobres del Barrio Mitre, en Saavedra, ocuparon el shopping de Elsztein que les inunda sus precarias casas. Así va sucediendo en una marea creciente que busca cauce. Es obligación de la izquierda revolucionaria y libertaria acompañar y alentar su búsqueda de rumbo, en la certeza de que tiempos fundacionales golpean a nuestras puertas.

“LAS DESGRACIAS NUNCA VIENEN DE A UNA…”

Sin embargo, las penas del gobierno no se agotarán con el largo lamento de los miles de damnificados que han perdido hasta los colchones y cuyos ecos se harán sentir con dureza en un año de gravitación electoral. Tampoco resonarán solos. La tenacidad de una crisis internacional que golpea con fuerza la economía capitalista dependiente y saqueada que el kirchnerismo se ha empeñado en construir, empuja el dólar negro, fuga divisas, cercena exportaciones, golpea con su producción excedente y comienza a expulsar del empleo a miles de trabajadores y a precarizar su condición laboral a otros tantos. Para un gobierno aferrado al poder como única razón de ser son demasiadas complicaciones al mismo tiempo. Este año el kirchnerismo se apresta a librar su batalla decisiva: “reelección o muerte” pareciera ser la divisa de ésta pandilla que ahora se llama “cristinismo”. No se trata de una pagana e infantil adoración por el poder, sino de una más terrenal y comprensible necesidad de asegurar la continuidad para sus negociados y de imponer, merced a la acción inexorable del tiempo y la continuidad de influencias y aprietes, la necesaria impunidad que permita disfrutar de los beneficios cosechados en las arcas estatales.
Pero “las desgracias nunca vienen de a una”, dice el refrán. Faltaba una, la más imprevista, la más inesperada y, en consecuencia, la más dolorosa: el “cura-jefe de la oposición” acaba de ser ascendido a “mariscal en jefe” de los 1200 millones de cristianos (40 habitan este país). El cura Bergoglio ahora es, “Su Santidad” el Papa Francisco; el que les hablaba a un puñado de seguidores en la Catedral porteña, ahora “bendice” a millones en todo el mundo; el que se reunía a escondidas con patéticas figuras de la oposición criolla ahora recibe las reverencias de los poderosos del mundo. Lamentablemente para el kirchnerismo, Francisco sigue siendo el crítico Bergoglio, y continúa censurando su autoritarismo, su desprecio por los pobres, su utilización de la caja pública para el lujo personal y su ambición de perpetuidad. Y se lo hizo saber, en persona a CFK cuando, en público y ante las cámaras, la mandó a leer el pensamiento de los obispos, para “que vaya pescando lo que opinamos”. No es mucho como critica para un gobierno que ha hecho méritos para consagrarse entre los más entreguistas y corruptos de nuestra historia. Tampoco se podía pedir otra cosa: Francisco no es un enemigo sino un fiel servidor del capitalismo. Pero, esa crítica de Bergoglio, aunque acotada a los modos de ejercer el poder, implica necesariamente un profundo conflicto con los intereses de la pandilla gobernante. Y mucho más cuando se conjuga con la larga serie de infortunios que sacuden su hegemonía. Un sueño acaba de morir, aunque sus protagonistas todavía no lo registren: la eterna reelección se evapora de las manos de un gobierno encaminado a un largo otoño y un duro exilio de las mieles del poder. Claro que los pobres no tienen muchos motivos de alegría en las desgracias ajenas. A éste kirchnerismo decadente le sucederá el viejo peronismo o la nueva Alianza, ávidos de volver a manipular las cajas, de seguir sosteniendo la entrega y el saqueo, la sojización que desertifica la llanura, las barbaries minera y petrolera que destruyen el ambiente, en continuar pagando la deuda eterna y, sobretodo, en mantener la opresión y la miseria de la gran mayoría del pueblo, sobre la que se sostienen todos esos privilegios. Será un tránsito de amo, un cambio de collar perpetrado mediante los mecanismos tramposos de la democracia burguesa y sus elecciones, lamentablemente legitimadas por una izquierda para la que cuentan más las urnas que los puños de los oprimidos. En tanto, en la pobreza profunda, en la desesperanza sostenida, en el desamparo largo va creciendo la bronca de los oprimidos. No se detiene ante urnas ni votos; estalla, incontenible, de cuando en cuando, cada vez con mayor fuerza. Así fue en la Navidad pasada, cuando decenas de miles de pobres atacaron centenares de supermercados. Así fue cuando los pobres del Barrio Mitre, en Saavedra, ocuparon el shopping de Elsztein que les inunda sus precarias casas. Así va sucediendo en una marea creciente que busca cauce. Es obligación de la izquierda revolucionaria y libertaria acompañar y alentar su búsqueda de rumbo, en la certeza de que tiempos fundacionales golpean a nuestras puertas.

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